Existen situaciones en las que el pulso entre la cumbre y el montañero es cosa únicamente de ellos dos. Todo comienza cuando conoces la existencia de una montaña concreta y deseas, en un intento de superación personal, a toda costa poder subirla. Cuando ves la cima desde la base de la montaña, te puede parecer un reto imposible, difícil, y cómo no, disparatado. Pero la cabezonería del ser humano, unida a su soberbia es una característica muy propia de nosotros.
Es cuando te pones a pensar que dicha meta puede estar a la altura de tus posibilidades. Te hinchas de moral, de autoconvencimiento y valoras que por qué no vas a ser tú el que pueda conseguir llegar hasta ahí arriba. Entonces te pones a prepararlo todo, a organizarlo, te marcas un plazo para conseguirlo. Ese momento es muy peligroso, pues ya que estás convencido de tu capacidad no puedes volver a echarte para atrás, y has de sacrificar otras cosas que también son importantes.
La suerte está echada. Hay que recopilar y comprobar el material y organizarlo todo, al igual que prepararte física y mentalmente para la empresa que has decidido llevar hacia delante. Y en ello se va a invertir mucho tiempo y esfuerzo.
Cuando ya te encuentras en el camino surgen muchas dudas, de si no debería estar ahí, que qué estoy haciendo, si merecerá la pena tanto sacrificio, y esas cosas van minando la mente y la ilusión. Las jornadas se suceden y conforme uno se acerca al gran reto, hay días en los que uno se levanta henchido de moral y otros en los que dicha moral hay que buscarla en las más profundas fosas abisales.
La soledad es la única compañera de viaje, que no te abandona aunque uno ponga todo el empeño posible y piense que tiene fuerzas suficientes para eso y más. Pero la realidad es que uno está solo, frente a frente a la gran montaña, que aparece como un ser oscuro y tenebroso, inexpugnable para un insignificante ser humano, que como una hormiga, osa enfrentarse a un descomunal elefante. ¿Dónde irás, insensato?
La belleza que te atrajo de esa montaña, y las consecuencias de hoyar su cima, desaparece en un oscuro pozo, y se convierte en algo parecido al Monte del Destino, donde por un lado no quieres ir, pero por otro te ves en la obligación de hacerlo. ya no es tan bonito la ilusión y el empeño que le has puesto. La nieve, blanca e inmaculada, es ahora negra roca volcánica, áspera y cortante. Y encima te piensas que estás solo ¿o no?
En los peores momentos, cuando tus esfuerzos llegan a su límite, y sobre todo, cuando ya estás cerca de la cumbre, lo único en que se piensa es en abandonar, que esto te viene grande, que has subestimado la grandeza de tu reto, y no estás a la altura de las circunstancias. Miras hacia arriba y miras hacia abajo, y parece que el mejor camino es la huida.
Pero es en esa soledad, a punto de claudicar y de echar a correr hacia abajo sin mirar hacia atrás, con las exiguas fuerzas que te puedan quedar, cuando te das cuenta que no estás realmente solo:
Tu familia te alienta desde la lejanía, han puesto todos los medios a su alcance para que estés allí, y su imagen tiene que estar presente en cada momento que avances.
Tus amigos, te muestran su apoyo con pequeños detalles (como por ejemplo regalarte un libro, o llamarte por teléfono para charlar y darte ánimos) que son grandes signos de amistad y espíritu de camaradería, y que sabes que por ellos, te acompañarían al fin del mundo, pero que esta batalla lamentablemente no es suya, aunque de una manera u otra, participen.
Ese aliento, es el empujón que necesitas para seguir, un paso más, pararte para decir, no puedo, pero dar otro paso más, y otro, y otro, que sí, cada vez es más lento y cuesta más, pero gracias a esos ánimos, no pueda decir uno que no lo está intentando poniendo todo de su parte.
Puede que no se consiga la cima, que ella dictamine que no eres el “elegido”, pero lo que no puede quedar es que no se haya intentado.
Esta vida es como una expedición, en la que buscas la cumbre. Existe soledad en las montañas personales, pero en realidad, muchas veces, uno no está complemente solo ante ellas.
Cuan razon tienes. La vida es una montaña llena de cuestas empinadas, caminos, paredes verticales, llanuras verdes... y al final la recompensa de la cumbre como premio final desde donde vemos todo lo que hemos dejado atras. y al momento de llegar estas pensando en una nueva cumbre.
ResponderEliminar...Y es verdad, no se está solo. Dentro del "solitario" se mueven las personas cercanas en el afecto; es como si los retos marcados se los ofreciera a ellas, que los logros no tendrían sentido si así no fuera.
ResponderEliminarAún siendo una aventura en la soledad, el deseo de compartir, de contar la experiencia a los afines permanece con el expedicionario.
No he vivido esos momentos ante la inmensidad de la montaña, pero sí alguna vivencia similar de soledad y puedo entender lo que quieres decir.