Claro que la hay, nadie nace sabiendo, bueno, tal vez respirando, pero por que no nos queda más remedio y aún así, yo creo que la palmada en el culo del médico se hace necesaria (buen comienzo sí señor).
Pero durante el resto de nuestras más o menos cortas o largas vidas debemos ir aprendiendo si queremos sobrevivir en este mundo. Como en todos los ámbitos de la vida, siempre hay una primera vez para todo. Recuerdo la primera vez que quise salir del entorno que me protegía, la ciudad, recluida a unas cuantas casas, pero en las que había comodidades que varios metros más allá no existían. Pero la aventura me atraía, y había que equiparse para ello. Nuestras salidas al desierto, encima en los abrasadores julios y agostos de nuestra tierra era algo con lo que luego regresábamos orgullosos, como si hubiésemos atravesado medio arenal arábigo. Hoy queda muy lejos esas primeras veces en las que llevar un cuchillo de montaña, unas cartucheras heredadas de algunos de nuestros padres, donde llevar nuestro kit de supervivencia, y una cantimplora que nos aportaba vida, se convertían en la más épica de las aventuras.
Conforme pasa tu vida, y te metes en el mundillo de la montaña, también hay primeras experiencias: primera excursión realmente exigente, primer contacto con la nieve, primera acampada, primera cima, primeros paisajes que te impactan realmente. O primera escalada. En mi caso, ya tengo claros mis límites y mis limitaciones, y por ello cada vez creo que me queda menos de experimentar “primeras veces”.
Viendo el siguiente vídeo, lo corroboro (tampoco me gustaría acabar como el protagonista del mismo, dicho sea de paso): sé donde o mejor dicho, hasta donde quiero llegar.
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